Relato de Beronykas.
De
entre todos los árboles que había en el pueblo, había elegido años
atrás ésa encina para que fuera el sitio donde refugiarme,
evadirme y llorar tranquila después de su marcha…
Cada
tarde, me iba a eso de las cuatro hacia allí. Con un libro en una
mano y una carterita en la otra, para guardar mi zumo y mi sándwich.
Como
era de costumbre nada más sentarme me abstraía, quedaba inmersa en
mis pensamientos…. Mis recuerdo…. En mi cabeza solo veía unos
ojos oscuros como la noche, una piel canela y tan caliente como el
fuego, una sonrisa maravillosa con unos dientes de un blanco tan puro
que la mismísima Luna, de haber sabido de su existencia, seguro se
hubiera puesto celosa…. Y ¡oh, esos labios! Esos que todavía
sentía junto a los míos, a pesar de que el tiempo hubiera borrado
su intensidad.
Después
de 5 años, esas mismas imágenes seguían apareciendo en mi mente a
cada rato…
Ensimismada
me hallaba cuando, de repente, a lo lejos atisbé la figura de un
hombre, que se acercaba por el camino de tierra junto a la ladera del
pueblo, la única que comunicaba directamente con el Valle de los
Héroes, un santuario para recordar a todos aquellos que alguna vez
lucharon por la libertad de nuestro pueblo, y se dirigía hacia aquél
árbol, ése que me resguardaba del sol quemante cada tarde.
Apenas
faltaban doscientos metros para que aquél muchacho, se acercara a mí
pero mi mirada permanecía perdida. No era consciente de su cercanía.
Seguía como atontada mirando hacia esa sombra que se acercaba cada
vez más pero sin prestarle atención.
- ¡Dana! ¡Dana!-. Salí del trance del que mis recuerdos me habían llevado. Alguien estaba pronunciando mi nombre. Ese muchacho sabía cómo me llamaba…
- ¡No puede ser! ¡Es imposible! ¡No me lo puedo creer -. Exclamé alterada mientras me tapaba la boca con la mano. El corazón me dio un vuelco, sentí un nudo en la garganta. Mi boca permanecía abierta y mis cuerdas vocales eran incapaces de pronunciar una sola palabra, ni un gemido. Me costaba respirar.
¡Era
Mica! ¡Había vuelto!
Años
atrás, la guardia real de Nubia (nuestro reino), se había llevado a
toda aquella persona que no hubiera nacido dentro la frontera, para
luchar al frente de una guerra que no era suya y Mica, mi amado, era
uno de los reclutados. Mica había nacido en Cubrika, un país a
miles de kilómetros de distancia de aquí. Sus padres llegaron a
Nubia cuando él apenas era un bebe. Huían de un rey malvado y de
una ley estúpida que obligaba a cada una de las familias del país a
entregar al primer hijo varón que fuera engendrado como ofrenda a
Cario, dios de la guerra y así formar parte del ejército de
salvajes y sanguinarios soldados, el más temido de los 8 reinos.
Empecé
a notar como mi rostro se humedecía. No eran lágrimas. Comenzaba a
llover y las gotas buscaban el suelo. De repente, un trueno.
- ¡NO! ¡NO, NO, NO!-. Exclamé entre sollozos, ahora sí que estaba llorando. Mica se había ido, se había esfumado, no había ni rastro de él.
Todo
había sido un sueño y ese maldito trueno me había vuelto a separar
de él.
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