Relato de Little.
Me
perdí en mi ciudad, cuando para mi sorpresa encontré lo más
inesperado. Yo estaba en la zona Oeste de una zona desconocida cuando
de repente sentí unas palmaditas en el pecho. Mis pupilas se
clavaron allí, donde parecía que nadie más había reparado. Allí
estaba, intacta. Me acerqué, la alcancé y supe que algo
extraordinario iba a vivir. Aquella brújula contenía una nota que
me puso la piel de gallina: “Estación Miguel Hernández”, Km. 7.
Te espero a las 22:15. “Son las 20:00 horas. No hay tiempo que
perder”, pensé.
Relato de Dolly Gerasol.
LAS
VOCES EN PATRICIA
El
juego de luces y sombras que se filtraba por el cristal de la
ventana, brindaba a la habitación un ambiente ideal para que
Patricia disfrutara. Todas las tardes, al terminar su jornada como
institutriz, ansiaba llegar a la humilde morada que rentaba por una
módica suma de dinero en un viejo edificio. Anhelaba quitarse los
incómodos zapatos rojos y sentarse en la silla mecedora. La tarea
diaria no siempre era grata. Patricia era una mujer paciente y
comprensiva, pero a veces los niños lograban enojarla. El humor que
la seguía al partir de su trabajo no siempre era propicio y, aún
así, ella se predisponía de la mejor manera para compartir unas
horas con sus únicos amigos.
El
atardecer era entonces testigo de infinidad de historias,
protagonizadas por variados personajes provenientes de las voces que
colmaban la vida de Patricia; voces que se colaban en su mente y en
su corazón y le susurraban escenas desbordantes de emociones y
visiones. Patricia no había perdido la cordura, había descubierto
un grupo de amigos muy especial: los libros.
Relato de Déborah F. Muñoz.
No
tenía amigos porque ellos le traicionaban siempre: el uno porque no
quiso ir con él al cine, el otro porque se fue con su novia de
vacaciones sin contar con él, el otro porque cuando tenía tiempo
libre prefería hacer otras cosas que verle, los demás por no ceder
siempre a lo que a él le apetecía... Se sentía solo, pero se
consolaba pensando que no era culpa suya, sino de ellos por no cuidar
su amistad. Aunque un día una idea inquietante le pasó por la
cabeza: ¿y si era él el que lo hacía mal? No obstante, descartó
la idea de inmediato. Él tenía un carácter envidiable: nadie podía
culparle si se enfadaba porque los demás no se plegaban a sus
deseos... ya que sus deseos eran la mejor opción y lo que los otros
querían no merecía ni ser considerado.
Qué lindos!! Saludos!! :)
ResponderEliminar¡Perfectos los otros dos!
ResponderEliminar:) :)
Muchas gracias por publicarlo. Un besito! ^^