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jueves, 27 de septiembre de 2012

Relatos enviados para el Concurso Aniversario 1

Relato de Little.

Me perdí en mi ciudad, cuando para mi sorpresa encontré lo más inesperado. Yo estaba en la zona Oeste de una zona desconocida cuando de repente sentí unas palmaditas en el pecho. Mis pupilas se clavaron allí, donde parecía que nadie más había reparado. Allí estaba, intacta. Me acerqué, la alcancé y supe que algo extraordinario iba a vivir. Aquella brújula contenía una nota que me puso la piel de gallina: “Estación Miguel Hernández”, Km. 7. Te espero a las 22:15. “Son las 20:00 horas. No hay tiempo que perder”, pensé.

Relato de Dolly Gerasol.

LAS VOCES EN PATRICIA
El juego de luces y sombras que se filtraba por el cristal de la ventana, brindaba a la habitación un ambiente ideal para que Patricia disfrutara. Todas las tardes, al terminar su jornada como institutriz, ansiaba llegar a la humilde morada que rentaba por una módica suma de dinero en un viejo edificio. Anhelaba quitarse los incómodos zapatos rojos y sentarse en la silla mecedora. La tarea diaria no siempre era grata. Patricia era una mujer paciente y comprensiva, pero a veces los niños lograban enojarla. El humor que la seguía al partir de su trabajo no siempre era propicio y, aún así, ella se predisponía de la mejor manera para compartir unas horas con sus únicos amigos.
El atardecer era entonces testigo de infinidad de historias, protagonizadas por variados personajes provenientes de las voces que colmaban la vida de Patricia; voces que se colaban en su mente y en su corazón y le susurraban escenas desbordantes de emociones y visiones. Patricia no había perdido la cordura, había descubierto un grupo de amigos muy especial: los libros.

Relato de Déborah F. Muñoz.

No tenía amigos porque ellos le traicionaban siempre: el uno porque no quiso ir con él al cine, el otro porque se fue con su novia de vacaciones sin contar con él, el otro porque cuando tenía tiempo libre prefería hacer otras cosas que verle, los demás por no ceder siempre a lo que a él le apetecía... Se sentía solo, pero se consolaba pensando que no era culpa suya, sino de ellos por no cuidar su amistad. Aunque un día una idea inquietante le pasó por la cabeza: ¿y si era él el que lo hacía mal? No obstante, descartó la idea de inmediato. Él tenía un carácter envidiable: nadie podía culparle si se enfadaba porque los demás no se plegaban a sus deseos... ya que sus deseos eran la mejor opción y lo que los otros querían no merecía ni ser considerado.

2 comentarios:

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